19 de noviembre de 2013

Las historias se quedan en los libros.

Pasaba las hojas del libro sin prestar atención, hacía rato que se había perdido en la historia: le aburría. Afuera se escuchaba el ruido de los coches, conversaciones lejanas, dentro reinaba el silencio. Cerró el libro y se tumbó en el sofá, cerrando los ojos por un momento. Tenía una hoja escrita sobre la mesa, era una lista de propósitos que había hecho a principios de año, sólo había tachado uno: acabar el libro.
Ese maldito libro que reposaba sobre sus rodillas y que había empezado hacía mucho.
Lo odiaba.
Y eso que en el fondo le gustaba la historia, pero era culpa de la protagonista:
Era feliz.
Y no soportaba su horrible optimismo, ni que todo le saliera bien en la historia o que le cayera bien al resto de personajes. Odiaba cada vez que sonreía, que hablaba, cada vez que sencillamente se mencionaba su nombre. Por eso no acababa nunca el libro, le producía odio.
Porque sabía que eso sólo pasa en los libros y que la realidad no es tan bonita.
Quizá también por envidia.


(unknown)

29 de septiembre de 2013

Otoño.








Llega el otoño. Pero en silencio, sin avisar y además, tarde, para variar.

Llega y lo único que hace es empañar el cielo y algún cristal, teñir parques y aceras de naranjas y amarillos y revolver melenas con ráfagas de viento.
Llega sin presentaciones, ni saludos, sin despedirse del verano.
Llega como un viejo amigo.
Y aunque llega con retraso, le das la bienvenida, al fin y al cabo, ¿quién no llega tarde alguna vez?
Por eso el otoño es un poco más humano, porque tiene días grises pero también la alegría necesaria para regalar a los niños pequeños hojas con las que jugar.
Y es que el otoño es un poco como nosotros mismos, porque no sabe a dónde va, ni de dónde viene, porque busca contar una historia distinta mientras escribe siempre la misma. 

18 de septiembre de 2013

Piezas.


   Ruido, coches, contaminación, rascacielos, tráfico, días nublados, promesas rotas, sueños desperdiciados, ciudades inmensas, odio, guerras, desolación, miedo, sonrisas falsas, mentiras, gente que camina sin levantar la cabeza, personas que no hacen más que pensar en sí mismas. Ellos son egoístas, codiciosos, rencorosos, son malos perdedores, hipócritas, ajenos, envidiosos, traidores, son toda esa gente que como un puzle forma este mundo; pero de vez en cuando, casi por casualidad, encuentras una pieza que sobresale, al principio no te fijas mucho en ella, pues es pequeña, pero también única. Al contrario que el resto es de colores vivos y alegres, es especial, distinta y por eso la coges. No tardas en darte cuenta de que esa pieza ha pasado a formar parte de tu vida, de ti mismo, se vuelve imprescindible, y si miras a través de ella el mundo ya no es tan horrible como antes... hasta parece hermoso.

Algunas personas dicen que hay una de esas piezas por cada persona y que para ser feliz tienes que encontrar la tuya. Las piezas, a veces, son lugares, otras libros, películas, canciones, personas... 

Hace mucho que encontré la mía perdida en un charco de lluvia, destrozada, sucia, rota, pero la arreglé, la saqué brillo y ahora la llevo siempre conmigo, me ayuda a sonreír. 
¿Sabes cuál es la verdad? Que esas piezas de un puzle perdido sin acabar se llaman esperanza


¿Encontraste la tuya o todavía sigues perdido?

3 de septiembre de 2013

Sueños salados.



  Las olas de la playa competían unas con otras buscando la más bella, la más rizada, la más azul. Su única audiencia era una figura pequeña que las puntuaba una a una con notas siempre demasiado elevadas para que ninguna se decepcionara. Cada ola se llevaba por participar una pequeña concha que arrastraba mar adentro con orgullo, pero ninguna ganaba, todas tenían igual fuerza, todas eran el mismo mar.

La niña se levantó cansada del espectáculo del oleaje y caminó por la orilla de la playa, el mar siempre le contaba cuentos, pero ella sabía que no eran reales, que se los inventaban las olas para que ella se quedara y las escuchase, esta vez decidió ignorarlas aunque sabía que eso las molestaría.
Estaba aburrida de hacer siempre lo mismo: jugar con las olas, escucharlas, acariciar la arena; quería descubrir y nunca había llegado al final de la playa, allí donde se alzaba un faro sobre un castillo de rocas, allí donde las gaviotas iban y contaban sus aventuras.
Según caminaba iba dejando un rastro de huellas que acababan desapareciendo entre la arena, saltaba, giraba e incluso a veces bailaba, siempre sin cambiar de rumbo: hacia el final de la inmensa playa.
Y, aunque la línea del horizonte siempre quedaba lejos y la playa le parecía más grande incluso que el mar, siguió caminando, con esa extraña terquedad de quien cree haber descubierto dónde se esconde un secreto que nadie le ha querido contar.
Cuando llegó empezó a trepar por las rocas, siempre preguntándose qué había más allá; y las gaviotas le decían que no subiera, que la playa era su hogar, que no debía salir de ella y mucho menos sin permiso, que después la castigarían, pero no las escuchó, porque nunca hacía caso de los consejos que le decían que no hiciera algo; al fin y al cabo era pequeña y aún gozaba de esa despreocupación por el mundo.
   Y, llegó a lo más alto de las rocas, después de resbalar y arañarse las piernas, pero eran heridas pequeñas y no dolían lo suficiente como para hacer que se rindiera, así que escaló la última roca y se puso en pie con dificultad, tratando de mantener el equilibrio.
Todo el mar se extendía ante ella, veía el faro de cerca, desde lejos no parecía tan grande.
Entonces, miró abajo.
Al principio no comprendió.
Pero, después,
entendió las advertencias de las gaviotas.
Lo entendió todo.

Aquélla fue la primera vez en la que se arrepintió de algo, pues, donde las olas chocaban con las rocas, descubrió que estaban los restos de todos los sueños que habían muerto ahogados y que la marea había ido arrastrando con el tiempo.
Era una imagen grotesca, tétrica e, incluso algo macabra, las ideas más bellas que se podía imaginar estaban allí transformadas en pequeños fantasmas monstruosos.
Desgarrados, rotos y oxidados, como viejos juguetes que dejan de ser divertidos; juzgados, menospreciados y, después, abandonados. Como si nada. Sin penas, ni remordimientos, como si no tuvieran un pasado o no pudieran tener un futuro.
Como trozos de un mueble antiguo.
Como fotografías rotas.
Como cortinas polvorientas.
Como si fueran polvo.

Y ella, tan pequeña e inexperta no logró comprender por qué, ¿Cómo alguien había tirado sus sueños de aquella forma?

Porque, aunque algunos se hubieran perdido, la gran mayoría habían sido desperdiciados.
Aquella visión le pareció lo más triste imaginable, así que cayó de rodillas sobre la roca y lloró sabiendo que no sólo eran sueños rotos:
también eran infancias.

29 de agosto de 2013

Un café y cien problemas.


Mira por la ventana con ojos tristes, sentada en la mesa de la cafetería, esperando a que el camarero traiga a su mesa el café que ha pedido hace ya bastante rato, pero no tiene prisa.
  Han pasado dos días y ha dormido apenas seis horas entre los dos, la noche se cierra sobre ella y no es capaz de ignorarlo todo; ésa es la razón de las ojeras que marcan su rostro y que ni siquiera se ha molestado en tapar con un poco de maquillaje, ¿para qué aparentar?

Cuando por fin le traen el café se da cuenta de que ni siquiera tiene apetito para tomárselo, así que lo deja delante de ella y observa el humo que asciende y hace volutas en el aire antes de desaparecer. Y se imagina que su vida es un poco como ese humo: voluble.
Pero eso es algo de lo que no somos conscientes, ¿no? Siempre pensando que lo malo le pasa a los demás hasta que entiendes que tú sólo eres uno más en una multitud.
Ella ahora lo entiende, así que da un sorbo lento al café que ya ha dejado de quemar.
Sigue sin apetito, pero hace un esfuerzo y lo acaba, deja el dinero en la mesa y se levanta.

Un café caliente siempre le soluciona los problemas, incluso si su propia vida es el problema.

23 de agosto de 2013

Lo bueno, poco dura.

-¿Recuerdas aquel día?
-¿Cuál de todos?
-EL día. Cuando todo iba bien, cuando escribimos aquella lista con todo lo que queríamos hacer, cuando aún estábamos todos juntos, cuando éramos algo así como felices.
-Claro, creo que fue el mejor.
-Lo fue.
-¿Entonces?
-Pensaba en que desearía volver, porque en aquel momento todo iba bien y nadie habría dicho que después de este tiempo la vida nos lo habría quitado todo.
-Pero sabíamos que aquello no duraría siempre.
-Sí, pero, siempre esperamos que lo bueno dure un poquito más y, cuando desaparece, lo echamos tanto en falta que olvidamos seguir adelante.

17 de agosto de 2013



Dejó la bici a un lado, apoyada contra un árbol al borde del camino y se alejó lentamente.
Al fin estaba lejos...
Lejos... ¿de qué?
Había salido huyendo, ni siquiera había pensado qué hacía cuando se subió a la bici y empezó a pedalear, pero no habría podido seguir allí por más tiempo.
Entonces volvieron a resonar todas aquellas palabras en su cabeza, como ecos metálicos que le atormentaban una y otra vez, siempre volviendo, repitiéndose.
Ella había dicho muchas cosas, él más, todas igual de horribles, todas igual de precipitadas.
Pero aún así sabía que lo que le había dicho era cierto.

¿Tanto miedo tenía de seguir adelante?
Había pasado toda su vida allí, en aquella casa, en aquellos caminos, soñaba con ver cosas distintas, claro, pero a la hora de la verdad había demasiadas cosas que no quería dejar atrás y eso le pesaba.
Por eso le había dolido que ella le echara en cara tanto, ella, precisamente ella.
Y en vez de poner en orden sus pensamientos, había preferido salir corriendo.

Se sentó en la hierba seca por el calor del verano, ahora se preguntaba si había estado bien marcharse sin más en mitad de la discusión, posiblemente no, pero ya daba igual.
Se tumbó y cerró los ojos.
Trató de calmarse, respiró hondo.
Cerró los ojos más fuerte aún, le había dolido el tono de su voz, frío, realista; le había dolido que no había tenido forma de responder, de defenderse; le había dolido que en el fondo él ya sabía todo aquello. Pero al menos el dolor le recordaba que no había acabado todo y que aún le quedaba una oportunidad.
Ella tenía razón, había sido un cobarde, era hora de demostrarle que podía cambiar.

Dejó la bici a un lado, apoyada contra un árbol al borde del camino y se alejó lentamente, se tumbó en mitad de la hierba, en mitad de ningún sitio, sin saber a dónde ir o qué hacer, pero con una sensación de libertad nueva para él.

14 de agosto de 2013

La bailarina.





   La falda de su vestido giraba y se hinchaba cuando ella bailaba, pero giraba de forma elegante, sus pies descalzos se sincronizaban a la perfección. Su traje era extraño, no se parecía en nada a los trajes que llevaban las otras mujeres porque tenía una especie de cintas negras que lo volvían más hipnotizante aún y que parecían desaparecer cuando ella giraba.
Bailaba en el centro de la plaza atrayendo a la gente, una gran multitud se había formado en torno a ella, observaban atentos su espectáculo. Dejó de girar durante un instante y pude observar su rostro, era un rostro duro, para nada dulce o romántico, tenía la barbilla muy marcada y algo voluminosa, al igual que sus labios, sin embargo aunque su rostro no fuese demasiado bello, sí lo era su figura cuando bailaba, parecía llevarlo en la sangre, danzaba haciendo piruetas que nunca antes había visto y entonces justo cuando el baile se había vuelto más interesante para mí, acabó y ella hizo una pequeña reverencia a su público y se marchó sin siquiera pedir limosna por su actuación, simplemente desapareció entre la multitud. 
Intenté seguirla, pero la gente me lo impedía, avanzaban en dirección contraria y me empujaban, logré escaparme de la muchedumbre, pero ella ya no estaba, la calle que se abría enfrente de mí estaba vacía.
  
  Durante los días siguientes cada vez que cerraba los ojos la veía bailando de nuevo, no había olvidado su rostro o sus piruetas; en mi imaginación también estaba descalza, pero no importaba y sus cabellos nunca la cubrían el rostro, porque en mi imaginación siempre podía observarla como quisiera. Pronto empecé a buscar por todas las calles del pueblo por si la encontraba, pregunté a todos mis conocidos si sabían si ella estaba en la aldea, pero nadie la conocía, todos decían que la feria se había marchado hacía un mes, pero yo la había visto a ella una semana antes y tampoco creía que ella trabajara con los feriantes, sus bailarinas eran distintas, más tradicionales, menos absorbentes; pero nadie sabía nada de ninguna bailarina nueva en la ciudad. Así que empecé a creer que estaba loco y que en verdad nunca la había visto, que la había soñado en un momento de desesperada fantasía, hasta que un día caminando por una calle pequeña encontré algo que me llamó la atención y que me hizo cambiar de parecer, me acerqué sin muchas esperanzas, pensando que no era más que otra ilusión, después lo vi de cerca y supe que no me equivocaba, me agaché y lo cogí con delicadeza, como temiendo que desapareciera de un momento a otro; era suave, una sonrisa enigmática se dibujó en mi rostro, era una cinta negra.

4 de agosto de 2013

Oídos sordos para el mundo.

La música suena a lo lejos, en otra habitación y se apaga lentamente.


 El mundo también suena a lo lejos, pero es como si no existiera, allí dentro no suena nada del exterior.

Allí dentro suenan suspiros, pensamientos e ideas que danzan en el aire antes de desaparecer con la última nota de una canción; allí dentro suena ella.

Y qué triste es esa música.

Es como esa vieja canción encerrada en una cajita de música polvorienta, una melodía lenta con recuerdos de algo olvidado que suena cada vez que cierra la puerta y olvida que hay mundo más allá de sus cuatro paredes y la ventana.

2 de agosto de 2013

La ventana rota

   Imaginemos que cada uno de nosotros es un mundo aparte.
El mío era pequeño, una habitación poco amueblada con una única ventana al exterior cuyos cristales sucios apenas dejaban ver más allá. Un día, al despertar, descubrí en el suelo un rastro de cristales rotos, pertenecían a esa ventana.
Así pude comprobar que el mundo exterior no era como el mío, era mucho más grande, más luminoso y pensé que podía investigarlo.
   Atravesé la ventana rota y escapé en busca de algo que ni siquiera sabía nombrar.

Presentaciones.

 


No pensaba crear un blog, de verdad que no, mucha gente me lo ha dicho, me lo ha propuesto y yo siempre he respondido que no lo tenía pensado. Y es que hay tantos blogs que éste realmente no aporta nada, sólo es uno más y no me gusta nada eso.
Llegados a este punto la pregunta es evidente, si no iba a hacer un blog ¿qué es ésto? 
Pues un blog, sí, para qué mentir, pero es que resulta que al final acabo haciendo lo que dije que no haría y que ha llegado un momento en el que no me viene nada mal escribir algo más allá de las hojas de papel perdidas por mi cuarto y no sé, por probar no se pierde nada, ¿no?
Pues he aquí el blog que nunca iba a ser y que finalmente es.

    He aquí mi pequeña ventana (rota).