5 de mayo de 2015

El frío comenzó a colarse aquel diciembre por la grieta que abriste al salir.


El hielo se acumulaba en las paredes, formando una muralla blanca que terminó por taponar la única salida posible; la escarcha (y alguna que otra lágrima) se congelaban en el interior mientras una estalagmita crecía lentamente, como una daga helada que, tarde o temprano, acabaría apuñalando al único monstruo que se atrevía a habitar aquella caverna.Un monstruo que a pesar de no tener pelaje, uñas o dientes, resultaba igualmente temible, aunque a la vez era la criatura más vulnerable. Por eso, mi corazón, que quería huir de todos esos peligros, había decidido hibernar en el abrigo de mi pecho, donde esperaba a que el vendaval cesara, a que el frío huyera a otras tierras más lejanas y a que algo, en él, volviera a florecer.