31 de diciembre de 2016

Fin de año




El frío se pega a la piel y se hace camino hacia los pulmones de Julien, para ser expulsado después en una nube de humo y vaho. En el balcón respira, alejado del ruido de la fiesta; los coches corren por la calle y algunos gritos se escuchan: villancicos, felicitaciones de un nuevo año que se acerca.
Le tiembla el cuerpo, el termómetro marca bajo cero y él ha dejado su chaqueta en el perchero de dentro; pero necesitaba el aire. Su cabeza embotada por el alcohol pedía salir al mundo exterior por un momento, tomar algo de distancia, pensar.
Los últimos meses habían supuesto una larga lista de cambios en su vida, el comienzo del nuevo trabajo, la mudanza, conocer a tanta gente nueva... La voz de Marcos llega hasta fuera, es grave y suave a un mismo tiempo. Él también había sido una novedad.
Julien se frota las manos, intentando calentarse los dedos ya blanquecinos. El diciembre más frío de los últimos quince años dijeron que era. Pero para él, venido del sur, es el doble de frío.
¿Tienes algún propósito de año nuevo? Laura había dicho que ella quería aprender a tocar la guitarra y empezar a ir al gimnasio. Se había reído de ella, nunca cumplía sus propósitos. Pero la pregunta se quedó en el aire y ahora, en el balcón, volvía a sonar.
Aunque nunca había creído en las listas de propósitos, la idea no parecía tan absurda ahora. Su vida había cambiado tanto que tal vez necesitara saber hacia dónde quería encaminarla, un par de propuestas para el nuevo año, algo a lo que aferrarse, que avivara las ganas que le ardían en el pecho.
Vuelve a escucharse la voz de Marcos, esta vez más alta, gritando, llamando a todos.
Es la hora.
Una última mirada a la ciudad y Julien se despide del año en el que ha crecido y encontrado un nuevo hogar. Vuelve adentro, donde Marcos le da un pequeño bol con doce uvas para empezar el año.
Julien le sonríe y las coge, se sitúan uno al lado del otro, se miran cuando suenan los cuartos, preparados para las campanadas. Doce segundos más tarde es otro año y Julien sabe cuál es su propósito para  Año Nuevo.


29 de noviembre de 2016

Sempiterno



(Unknown)



I. Noviembre es un suspiro.

No he llegado a tiempo para detener este viento huracanado, 
el mismo que crece en mi pecho y revuelve mi ser
en una tormenta de sangre y miedo.

II. El silencio.

Mi voz se ha hecho hilo y ha desaparecido,
la grieta que me atraviesa ha dejado entrar el frío
y las hojas secas se enredan en arterias vacías.

III. Hacia el Norte.

Huyo de mi sombra, de la caída,
huyo para volver a ser,
al lugar que me devuelve la vida.








21 de noviembre de 2016

Ocaso





La luz del atardecer se refleja en el espejo, también mi silueta.
       ¿Quién soy? Pregunta una voz desde dentro.
Mi imagen, borrosa, no es más que una sombra. Los rayos dorados se alborotan entre mi pelo, en un juego de sombras que me arrastra. Las calles gritan en silencio, los edificios se deshacen en un contorno sombrío. Entra el frío a través de esta ventana y se queda junto a mí, como una presencia fantasmal. Viene ya la noche a buscarme.
Volverá a amanecer, me digo, en un susurro; mientras me abrazo los sueños rotos y la luz se hace cada vez más tenue, hasta que por fin desaparece entre mis dedos.

30 de octubre de 2016

Fiebre




Despierto y es otoño, y el frío es húmedo, y se me pega al cuerpo y a la ropa; y yo sólo quiero que acabe ya y volvamos a empezar. Tengo las ganas marchitándose, las venas enredadas en nudos insolubles. Leo unas páginas coartadas y se me deshacen las palabras en la boca. Ansío ver cómo estos edificios se derrumban sobre mí, que el caos cobre forma y se haga dueño de todo cuanto hay. Ya no echo de menos nada que no esté por venir. El último abrazo sangraba tanto que se llevó mis fuerzas. Todo ha quedado hecho trizas y no hay orden que devuelva sentido a este lugar. La pasión se ha vuelto nostalgia y se disfraza bajo mis ojeras. Despierto y soy rabia hecha sangre, y aún quedan todos estos libros en la estantería, y aún llueve sobre mis hombros cansados, y recuerdo cómo era saborear pequeños instantes y el silencio hecho memoria.

27 de septiembre de 2016

La ciudad


La ciudad le resulta extraña. 
Lleva tanto tiempo huyendo que no se da cuenta, no quiere darse cuenta, pero ha olvidado cómo es pertenecer a un lugar.
Verónica camina, con un ritmo pausado, mientras el humo que escapa de su boca huye en espirales grises.
(Vía: tumblr)
Aún recuerda el calor de un verano distante en la memoria y cercano en el sentimiento, cuando confesó en voz alta y por primera vez, que no sería nunca lo que esperaban de ella. Aquel día aprendió que es mejor callar, que las verdades no son bien recibidas. Se entregó a una falsa aceptación, tras la que escondía un inconformismo tan silencioso como arraigado. Volvió a cobrar fuerza su voz cuando cumplió dieciocho, y aún más cuando fueron diecinueve y puso punto y aparte.
Se marchó un día frío de marzo en el que le temblaban los labios y las manos. Desde entonces no había pasado un día sin que sus pies dolieran de cansancio, de un no parar, de incertidumbre. Había viajado hasta descubrir lugares increíbles a los que hubiera querido llamar hogar y personas que llamar familia. Y, aunque había llegado a sentir que el nudo de su pecho se aflojaba, no llegó nunca a desaparecer. Aquel no era su hogar, ellos no eran su familia. Y antes o después, volvía a salir huyendo.
Verónica se hizo río y no se dejó detener, pero ahora, por fin, desembocaba. Su curso la había llevado a aquellas calles en las que ahora se perdía; sorprendiéndose del silencio que encontraba entre los más estridentes sonidos, de la soledad que a veces vislumbraba al detenerse en una calle abarrotada; del mosaico que dibujan las hojas caídas sobre los adoquines viejos. Por primera vez se sintió extrañamente acogida.
Comenzó a llover justo cuando entraba en el edificio.
El portal de mármol la recibió con un eco seco y frío, observó afuera, donde la fina lluvia se transformaba en el inicio de una tormenta. Las gotas chocaban contra el cristal y por unos momentos Verónica se quedó absorta, desde su refugio podía observar cómo la calle quedaba vacía y la ciudad se le hacía algo más cercana. El vaho de su aliento empañaba el cristal, después, sus finos dedos jugaban sobre él, trazando líneas confusas. Su cuerpo entero tiritaba a pesar del abrigo y el jersey que llevaba. Subió los escalones y alcanzó el recibidor donde se encontraban los buzones. Se sorprendió al ver que, años después, su nombre continuaba escrito allí.

29 de agosto de 2016

Azul







El calor se pegaba a la piel, mezclado con sal y recuerdos. Miedos humedecidos, ganas maceradas, piel reseca.
-¿Habías visto alguna vez un azul igual?
El sonido del oleaje parecía remitir a lo lejos, de manera que un falso silencio se acomodó junto a la costa. 
El agua hecha seda revelaba un fondo arenoso lleno de conchas rotas. Las gaviotas volaban, alejándose. Las últimas huellas sobre la arena mojada desaparecían.
Las ondulaciones aterciopeladas se asemejaban a las arrugas en una vieja y cálida manta, de las de invierno en la casa del pueblo, cuando ha caído la noche y todas las estrellas, son de hielo.
Piel de gallina, labios secos y cortados, mirada perdida.
El azul era inabarcable. Una infinita pena, tan viva y lejana como devastadora.
Rastros de espuma quedaban atrapados entre las rocas, donde las olas, suicidas, se precipitaban en un arrebato de, quién sabe furia, quién sabe desesperación. 
Tal vez valentía.
Nada. Una ola. Nadie. Otra ola. Silencio. Aquella rompe tarde. Esta, demasiado pronto.
Sube la marea.
-Sólo una vez, hace mucho.
La voz se deshace en el viento, nunca ha sonado.
Ya no queda playa, todo es azul y, las rocas afiladas, se esconden en el agua. No rompen más olas.
Salvo una.






21 de julio de 2016

Don´t look back



I tried to hide my fear behind your smile. 


Al quitar la goma una cascada color haya desbordó sus hombros. Con los finos dedos de pianista que nunca habían rozado unas teclas desenredó las palabras anudadas en su pelo. Temblaban sus labios pintados de granate.
-So... Sally can wait, she knows it's too late as we`re walking on by...
La canción sonaba en su cabeza desde hacía varias horas. Sus ojos oscurecidos por una mala noche coincidieron en el reflejo, se observó lenta y concienzudamente antes de salir de su habitación con una mueca. En la calle su vestido ondeaba colores pálidos y flores propias de otra época del año, pareciendo mucho más amplio sobre su menudo cuerpo.
Hacía dos semanas y media de la última llamada de teléfono. Era la primera vez que salía sola a la calle desde entonces, también era la primera vez que no se había despertado en medio de un ataque de ansiedad que consumía tanto sus energías como su cuerpo.
Llevaba un sobre en la mano, la última carta que habría de enviar en su vida. La adornaba un sello con un pequeño pájaro dibujado y una caligrafía impoluta y redondeada en un lado del sobre, nada en el otro. Una única página escrita residía en su interior, unas pocas líneas que le habían llevado una semana acabar.
A lo largo de aquellos días su interior se había vaciado, las lágrimas se lo habían llevado todo, la habían lavado. Ahora, despacio, con dificultad, volvía a comer, a mirarse a un espejo que había evitado durante meses, a permitirse tener un nombre. Fingió no ser consciente de las miradas que le dedicaban a sus piernas delgadas, a sus brazos finos, a sus clavículas hechas alas. 
A la salida de correos entró en busca de un café que calentase sus manos. La cafetería estaba decorada como un antiguo local, donde fotografías antiguas de desconocidos invitaban a recrear un pasado imaginado, tal vez mejor. Algún día ella no sería más que fotos descoloridas en una caja rota. Probó la taza. Algo amargo. Miró por la ventana que daba a la esquina de la calle.
-...Her soul slides away, but don`t look back in anger I heard you say...
La canción volvía a su mente en el silencio que la rodeaba. Su voz se volvía un susurro apenas audible mientras tarareaba. Ahora que había empezado a aceptar sus errores podía redimirse, liberarse de su conciencia. Había pasado demasiado tiempo escondiendo sus miedos, en sonrisas, en conversaciones de madrugada, en abrazos y besos fríos, en sexo más frío aún, en un ayuno constante. Había borrado su sombra hasta quedarse sin luz.
Y cada noche, escondida entre las sábanas, se decía "no vuelvas, otra vez no".
Ahora sabía que no volvería jamás. 
Tras aprender a mirarse a los ojos todo fue más sencillo, avanzar.




Neverthless, there are things that cannot be chosen.

13 de junio de 2016

Despertar






Los primeros rayos de luz
traen intrusos mi despertar
entre estas cálidas sábanas,
de parsimoniosa actitud.

La caricia del silencio residual
de un cálido sueño
trepa y baila inusual,
sin origen ni dueño.

Es la olvidada inocencia,
que me devuelve a la calma
de una lejana infancia
ya sólo encontrada
                                     bajo el amparo del alba.














30 de mayo de 2016

Camino a




vía: tumblr


La carretera estaba llena de baches y el viaje duró el doble de lo previsto. Era la tercera vez que sonaba Bob Dylan en el CD que había grabado para el coche y su voz estaba tan rota como la propia carretera, como mis planes de vida, como todo lo que había tocado en el último año.
A ambos lados del camino árboles se alzaban en busca de un sol que nunca calentaba lo suficiente, mientras que las nubes se deslizaban en un cielo gris, anuncio de tormenta. Aunque el verano estaba en su cenit, el aire frío borraba cualquier fantasía estival de golpe. Por suerte, yo ya había abandonado ese tipo de sueños tiempo atrás, cuando las playas de mi infancia, vestidas con una arena suave, se transformaron en un cenagal al llegar la adolescencia.
No había vuelto al Sur desde la noche en que las botellas rotas de whiskey cortaron mi piel.
Y ahora, años después, huía en busca del Norte donde habría de encontrar mi nuevo hogar.
Cuando la canción terminó detuve a un lado el coche y dejé que el silencio del bosque me devolviera a la realidad. Sentía el peso de cada hoja, su vaivén con el aire, la forma en que la luz atravesaba el haz y se quedaba encerrada en su interior. El bosque me devolvía la vida que, si había llegado a tener alguna vez, había perdido tras los acontecimientos de los últimos meses.
Yo no quise que nada de aquello sucediera, no lo busqué, no pude siquiera imaginarlo. Pero no sería justo para ninguno de nosotros que dijera que no me alegré.
El silencio del bosque también me devolvió los sonidos que mi memoria había grabado.
La música de la última fiesta del verano, las risas, los comentarios. Aquella noche empezó todo y ninguno pudimos darnos cuenta. Fue Ali quien me invitó a la fiesta, a pesar de que no fuera su casa, su piscina o su alcohol. Y yo, bueno, yo fui porque había aprendido que beber en compañía era mejor que hacerlo en mi piso hasta caer inconsciente.
Quién me iba a decir que una conversación a las cinco de la mañana en una fiesta cualquiera iba a encender la chispa que incendiaría todo cuanto nos rodeaba.
Sus palabras fueron sencillas, su voz clara y suave: "no lo entiendo, ¿por qué sigues aquí?".
Quién me iba a decir que una pregunta tan simple a las cinco de la mañana en una fiesta cualquiera iba a encender algo en mi interior que había dormido durante años.
Después vino la discusión con David, después el cierre del restaurante, después el aborto de Ali y su sobredosis. Por último, vino el funeral.
Y por la noche, volví a escuchar aquellas palabras, repitiéndose una y otra vez, exigiendo su respuesta. Solo que no había ninguna que dar. Llevaba años acallando esa voz, disimulando, fingiendo no oírla y de pronto, no podía silenciarla.
El día de la redada yo había salido buscando esa respuesta, y cuando supe lo que había sucedido, cuando entendí que no iba a volver a ver a ninguno de ellos, la encontré.
El vuelo raso de un pájaro me trajo al presente una vez más. Subí al coche y volví a poner la música y a continuar el camino. Los árboles se volvían kilómetros y quedaban atrás poco a poco. La soledad me envolvió como si fuese parte de un extraño ritual que me conducía a mi nuevo yo.
Era una carretera vieja, sinuosa y salvaje, pero la recorría con la inocencia y la esperanza propias de quien no ha sido niño. Lo había dejado todo por lo que esperaba al final de ella, por un comienzo, por una casa que fuera mía, por un trabajo que no me asfixiara, por una voz suave que había prendido el incendio que dejaba a mi paso.
Un nuevo bache me hizo saltar, una fría ráfaga de viento me erizó la piel y Bob Dylan volvió a sonar.
Era un bosque precioso ahora que lo pensaba, tan profundo y oscuro como mi vida pasada, pero acababa al final de aquella carretera.



29 de abril de 2016

He vuelto a



He vuelto a sentir
la luz tenue de la luna
abrazándome de madrugada,
que despierta, estremece y acuna
mi alma.

He vuelto a ver
a un mismo tiempo
el cielo teñirse de vida
caerse entre mis dedos
una flor marchita.

He vuelto a oír
la música de un suspiro
escapando de su celda
hecha de miedos
por una sonrisa que no espera.

He vuelto a saber
que soy un libro,
que no encuentra palabras,
una mano que me escriba,
un lector que me abra.

He vuelto a latir
entre sueños embarrados
con una chispa de un fuego
que nunca estuvo extinto
aunque sí apagado.

He vuelto a querer,
a recordar una promesa,
a una niña que aún habita,
a la voluntad presa,
a mí misma.






Mi ventana rota


Esta ventana se rompió hace casi tres años.

Durante este tiempo he huido por ella muchas veces, aunque menos de las que me hubiera gustado.
Durante este tiempo he cambiado y aprendido, conocido y olvidado, he reído y llorado hasta llegar a un punto completamente nuevo en este camino.
Durante este tiempo he limpiado un poco los cristales que yacían esparcidos por el suelo, he arreglado los desperfectos de esta pequeña habitación y me he permitido tener un lugar en el que poder descansar y esconderme del resto del mundo.
Sigue siendo la ventana que un día se rompió y me ofreció una salida, pero no es una ventana cualquiera y también ella ha cambiado.

Bienvenidos a mi ventana rota.

30 de marzo de 2016

Atardecer rojo



Then, a scarlet beam of light broke into the room like a bleeding wound.

La luz rojiza del atardecer entra a través de las cortinas cerradas, dentro la oscuridad es casi absoluta y los rayos tenues sólo alcanzan a dibujar contornos insinuantes.
-¿Y bien?
Su voz rompe el silencio de una noche que no ha llegado pero que ha empezado horas atrás.
-¿Qué?
Se oye cómo se mueve, se desplaza por la habitación para acercarse.
-¿Que qué dices a mi oferta?
Silencio, las respiraciones entrecortadas parecen estar acompasadas entre ellas.
-Que no estoy tan loco, no todavía.
-Una pena. Supongo que aún no has visto lo suficiente, tu noche ha sido muy corta como para que hayas podido conocer la oscuridad.
-Te he conocido a ti.
Un brillo metálico, un roce frío, una mirada aún más gélida, una sonrisa sarcástica.
-Vaya idea que tienes de mí, soy mejor de lo que piensas... no puedes admitirlo porque no has visto desaparecer el último rayo de luz, pero lo harás, no te preocupes. Lo harás antes de lo que piensas y, entonces, entenderás mis palabras.
-Tus palabras son sólo locura.
-Y la locura también te alcanzará a ti, todo es cuestión de tiempo.
El sonido de un seguro al ser retirado, la caricia de un dedo tembloroso sobre el gatillo.
Silencio.
El último rayo de luz ilumina una mancha roja antes de desaparecer y dar paso a la noche.

17 de marzo de 2016

Océano




                                     

                              Las olas llegan, oníricas, hasta el borde de mi cama
                                         y la espuma, en remolinos, bajo la almohada.

                                                                    Los restos de un naufragio
                                                                                               atrapados
                                                                             por sus propias redes,
                                                                         se convierten en refugio
                                                                                  de sueños pasados
                                                                              y recuerdos presentes.

                                                                       Y las velas que ondearon
                                                             en un viento tan frío como rudo,
                                                                 se han convertido en sábanas,
                                                                                 en un blanco escudo
                                                       para una tormenta que nunca llega
                                                                                         y nunca acaba.
                                                                En un mar donde nada queda.
                                                                   En el océano de una mirada.
                                                                En este vaivén de telas suaves,
                                                                                 de pieles desnudas
                                                                                       y visitas breves,
                                                                             naufragian tus naves
                                                                 en el triángulo de mis dudas,
                                                                en las que siempre te pierdes.

                                                                                             Y fuiste tú
                                                              quien desató el huracán ciego
                                                                                  que ahora devasta
                                                                mi calma, mi paz, mi quietud,
                                                                         con tus vientos o tu ego.
                                                                               Pero a mí me basta
                                                            con mi isla                
                                                                                      entre tanto azul.




27 de febrero de 2016

Lucy in the sky with diamonds




Lucía se deja caer sobre la cama, cansada, desfallecida. Un suspiro, en el que se le escapan las últimas horas del día, es todo cuanto indica que aún sigue con vida.
Permanece agazapada entre las sábanas blancas, en un mar de algodón que la envuelve como en una nube de la que desearía no bajar nunca; aunque su cuerpo todavía pesa demasiado para poder volar.
Desde pequeña ha sentido una fascinación casi obsesiva por el cielo, las nubes se le antojaban tierras lejanas, islas en el océano más profundo de todos. Pasaba horas contemplándolo, envidiando a los pájaros que podían surcarlo, acercarse a él. La luz que entra desde la ventana dibuja sobre su cuerpo formas y colores, como un caleidoscopio fantástico, el atardecer recorre cada parte de su piel y se queda grabado entre sus costillas desnudas.
Se limita a imaginar una vida paralela, en su mente se entremezclan recuerdos reales con sus versiones deformadas de cómo-tendría-que-haber-sido. 
Sobre la mesa de su habitación hay un pequeño ramo de flores, cálidas, vívidas, de tantos colores como sus fantasías, en las que  siempre suena música alegre de fondo. Desde hace tiempo hay algo dentro de ella que la incomoda, que la susurra; quiere escapar y la incita a reírse, beber y llenar su pequeña habitación de nubes de humo que imitan ese cielo del que está enamorada.
A veces se confunde, no sabe si algo es real o lo ha soñado, a veces, también, se sorprende viviendo algo que no necesita ser transformado.
Lucía sigue tirada en su cama, juega con las volutas de humo que inundan su cuarto, las acaricia entre sus dedos y después expira más humo para que éste no acabe de desvanecerse en ningún momento. Hay una litrona vacía a los pies de su cama, mezclada entre toda la ropa que forma la única alfombra que su habitación ha conocido. Comienza a sentir frío, así que rompe su desnudez con una desgastada camiseta que algún chico dejó en su casa por error.
Tras una última calada se levanta de la cama para tirar las cenizas. En su estantería hay libros tan diferentes que resulta complicado pensar que todos son de la misma persona, junto a las recopilaciones de arte hay una guía de viajes, sobre la guía de viajes un tarro de cristal, en el tarro hay amontonados diversos billetes y monedas y una etiqueta rota deja intuir un "para viajar" escrito con una letra clara y redondeada. Se queda mirándolo durante un rato, como calculando la cantidad que hay ya ahorrada, y, tras rebuscar entre sus cosas, saca de una cartera un billete arrugado y lo introduce con una sonrisa pícara.
Uno menos.
Lucía vuelve a dejar el tarro de cristal sobre la guía de viajes, la cual ha leído a fondo tantas veces que podría recitarla como una poesía. Después, decide que es hora de sacar de la nevera la botella de cristal, siempre se queda sedienta después de fumar.


23 de febrero de 2016

Carrusel






Aun ahora soy capaz de recordar con asombrosa precisión cada detalle, cada luz, cada color, cada sonido. La música sonaba cuando el carrusel estaba en marcha, acompañaba ese movimiento constante, circular, en el que me veía absorto cada vez que subía. El mundo se transformaba, adquiriendo una extraña e inexplicable cualidad propia de los sueños más lejanos de la infancia. 
Era un frenesí pausado, una espiral que lentamente abría un portal a un recóndito lugar de mi imaginación, donde la vida no conocía de preocupaciones. La mejor forma que he conocido nunca de huir del mundo.
Y un día había desaparecido, no quedaba nada donde siempre había estado y no llegó a ser sustituido. Al principio me costó aceptar que me habían arrebatado mi lugar favorito, el mismo que había transformado en mi propiedad derramando miedos y alegrías. Pero aprendí a buscar dentro.
Han pasado muchos años, y aún sigo acudiendo a un rincón inhóspito de mi mente donde ha quedado grabado ese carrusel, que ahora se ilumina convertido en un refugio para los días grises, donde habrán de habitar el niño que no murió y la inocencia que perdí.

17 de enero de 2016

La eternidad son flores marchitas




Tu piel agrietada se convierte en pétalos, que perderán su tersura, sobre los que surgirán arrugas con cada caricia.
Tus huesos son polvo, en ellos se han cristalizado los recuerdos de una era que ni podrías llegar a imaginar. Cuando la vida aún latía en una idea y el tiempo aún no había comenzado su cuenta atrás.
Tus ojos esconden el secreto de galaxias a las que no podrías llegar ni siquiera en una vida.
La eternidad es la muerte segura que te aguarda.
Eres inmortal porque tu cuerpo habrá de desaparecer, porque tus sueños deberán fracasar y tus lágrimas caerán junto a la lluvia.
Eres silencio y melodía al mismo tiempo.
Tus gemidos son el eco de un volcán que erupcionó hace miles de años; tus llantos, la tormenta que lo aplacó.
Y esas raíces que crecerán dentro de ti, uniéndote al mismo mundo que sopló la vida en tu interior, te arrastrarán  de nuevo, como una corriente que desemboca en su propio origen. 
Algún día volverás a florecer.
Algún día, volverás a morir.

You are the eternal breathing of an expiring soul, the echo of a melodic symphony dancing into the void of your own existence.