27 de febrero de 2016

Lucy in the sky with diamonds




Lucía se deja caer sobre la cama, cansada, desfallecida. Un suspiro, en el que se le escapan las últimas horas del día, es todo cuanto indica que aún sigue con vida.
Permanece agazapada entre las sábanas blancas, en un mar de algodón que la envuelve como en una nube de la que desearía no bajar nunca; aunque su cuerpo todavía pesa demasiado para poder volar.
Desde pequeña ha sentido una fascinación casi obsesiva por el cielo, las nubes se le antojaban tierras lejanas, islas en el océano más profundo de todos. Pasaba horas contemplándolo, envidiando a los pájaros que podían surcarlo, acercarse a él. La luz que entra desde la ventana dibuja sobre su cuerpo formas y colores, como un caleidoscopio fantástico, el atardecer recorre cada parte de su piel y se queda grabado entre sus costillas desnudas.
Se limita a imaginar una vida paralela, en su mente se entremezclan recuerdos reales con sus versiones deformadas de cómo-tendría-que-haber-sido. 
Sobre la mesa de su habitación hay un pequeño ramo de flores, cálidas, vívidas, de tantos colores como sus fantasías, en las que  siempre suena música alegre de fondo. Desde hace tiempo hay algo dentro de ella que la incomoda, que la susurra; quiere escapar y la incita a reírse, beber y llenar su pequeña habitación de nubes de humo que imitan ese cielo del que está enamorada.
A veces se confunde, no sabe si algo es real o lo ha soñado, a veces, también, se sorprende viviendo algo que no necesita ser transformado.
Lucía sigue tirada en su cama, juega con las volutas de humo que inundan su cuarto, las acaricia entre sus dedos y después expira más humo para que éste no acabe de desvanecerse en ningún momento. Hay una litrona vacía a los pies de su cama, mezclada entre toda la ropa que forma la única alfombra que su habitación ha conocido. Comienza a sentir frío, así que rompe su desnudez con una desgastada camiseta que algún chico dejó en su casa por error.
Tras una última calada se levanta de la cama para tirar las cenizas. En su estantería hay libros tan diferentes que resulta complicado pensar que todos son de la misma persona, junto a las recopilaciones de arte hay una guía de viajes, sobre la guía de viajes un tarro de cristal, en el tarro hay amontonados diversos billetes y monedas y una etiqueta rota deja intuir un "para viajar" escrito con una letra clara y redondeada. Se queda mirándolo durante un rato, como calculando la cantidad que hay ya ahorrada, y, tras rebuscar entre sus cosas, saca de una cartera un billete arrugado y lo introduce con una sonrisa pícara.
Uno menos.
Lucía vuelve a dejar el tarro de cristal sobre la guía de viajes, la cual ha leído a fondo tantas veces que podría recitarla como una poesía. Después, decide que es hora de sacar de la nevera la botella de cristal, siempre se queda sedienta después de fumar.


23 de febrero de 2016

Carrusel






Aun ahora soy capaz de recordar con asombrosa precisión cada detalle, cada luz, cada color, cada sonido. La música sonaba cuando el carrusel estaba en marcha, acompañaba ese movimiento constante, circular, en el que me veía absorto cada vez que subía. El mundo se transformaba, adquiriendo una extraña e inexplicable cualidad propia de los sueños más lejanos de la infancia. 
Era un frenesí pausado, una espiral que lentamente abría un portal a un recóndito lugar de mi imaginación, donde la vida no conocía de preocupaciones. La mejor forma que he conocido nunca de huir del mundo.
Y un día había desaparecido, no quedaba nada donde siempre había estado y no llegó a ser sustituido. Al principio me costó aceptar que me habían arrebatado mi lugar favorito, el mismo que había transformado en mi propiedad derramando miedos y alegrías. Pero aprendí a buscar dentro.
Han pasado muchos años, y aún sigo acudiendo a un rincón inhóspito de mi mente donde ha quedado grabado ese carrusel, que ahora se ilumina convertido en un refugio para los días grises, donde habrán de habitar el niño que no murió y la inocencia que perdí.