30 de mayo de 2016

Camino a




vía: tumblr


La carretera estaba llena de baches y el viaje duró el doble de lo previsto. Era la tercera vez que sonaba Bob Dylan en el CD que había grabado para el coche y su voz estaba tan rota como la propia carretera, como mis planes de vida, como todo lo que había tocado en el último año.
A ambos lados del camino árboles se alzaban en busca de un sol que nunca calentaba lo suficiente, mientras que las nubes se deslizaban en un cielo gris, anuncio de tormenta. Aunque el verano estaba en su cenit, el aire frío borraba cualquier fantasía estival de golpe. Por suerte, yo ya había abandonado ese tipo de sueños tiempo atrás, cuando las playas de mi infancia, vestidas con una arena suave, se transformaron en un cenagal al llegar la adolescencia.
No había vuelto al Sur desde la noche en que las botellas rotas de whiskey cortaron mi piel.
Y ahora, años después, huía en busca del Norte donde habría de encontrar mi nuevo hogar.
Cuando la canción terminó detuve a un lado el coche y dejé que el silencio del bosque me devolviera a la realidad. Sentía el peso de cada hoja, su vaivén con el aire, la forma en que la luz atravesaba el haz y se quedaba encerrada en su interior. El bosque me devolvía la vida que, si había llegado a tener alguna vez, había perdido tras los acontecimientos de los últimos meses.
Yo no quise que nada de aquello sucediera, no lo busqué, no pude siquiera imaginarlo. Pero no sería justo para ninguno de nosotros que dijera que no me alegré.
El silencio del bosque también me devolvió los sonidos que mi memoria había grabado.
La música de la última fiesta del verano, las risas, los comentarios. Aquella noche empezó todo y ninguno pudimos darnos cuenta. Fue Ali quien me invitó a la fiesta, a pesar de que no fuera su casa, su piscina o su alcohol. Y yo, bueno, yo fui porque había aprendido que beber en compañía era mejor que hacerlo en mi piso hasta caer inconsciente.
Quién me iba a decir que una conversación a las cinco de la mañana en una fiesta cualquiera iba a encender la chispa que incendiaría todo cuanto nos rodeaba.
Sus palabras fueron sencillas, su voz clara y suave: "no lo entiendo, ¿por qué sigues aquí?".
Quién me iba a decir que una pregunta tan simple a las cinco de la mañana en una fiesta cualquiera iba a encender algo en mi interior que había dormido durante años.
Después vino la discusión con David, después el cierre del restaurante, después el aborto de Ali y su sobredosis. Por último, vino el funeral.
Y por la noche, volví a escuchar aquellas palabras, repitiéndose una y otra vez, exigiendo su respuesta. Solo que no había ninguna que dar. Llevaba años acallando esa voz, disimulando, fingiendo no oírla y de pronto, no podía silenciarla.
El día de la redada yo había salido buscando esa respuesta, y cuando supe lo que había sucedido, cuando entendí que no iba a volver a ver a ninguno de ellos, la encontré.
El vuelo raso de un pájaro me trajo al presente una vez más. Subí al coche y volví a poner la música y a continuar el camino. Los árboles se volvían kilómetros y quedaban atrás poco a poco. La soledad me envolvió como si fuese parte de un extraño ritual que me conducía a mi nuevo yo.
Era una carretera vieja, sinuosa y salvaje, pero la recorría con la inocencia y la esperanza propias de quien no ha sido niño. Lo había dejado todo por lo que esperaba al final de ella, por un comienzo, por una casa que fuera mía, por un trabajo que no me asfixiara, por una voz suave que había prendido el incendio que dejaba a mi paso.
Un nuevo bache me hizo saltar, una fría ráfaga de viento me erizó la piel y Bob Dylan volvió a sonar.
Era un bosque precioso ahora que lo pensaba, tan profundo y oscuro como mi vida pasada, pero acababa al final de aquella carretera.