20 de enero de 2017

Hyggelig



(Unknown)

Hay un peso (muy liviano, pero un peso) dentro de mí, casi una pluma; que me hace cosquillas en el estómago hasta provocarme náuseas. En mi piel pálida las ojeras destacan aún más, son dos pequeños fosos que delatan la naturaleza de mis noches. El té se ha enfriado sobre la mesa, últimamente siempre se me olvida. Mis labios no llegan a probarlo, pero me calienta las manos, estas manos llenas de grietas; temblorosas y amoratadas. Siempre he odiado el olor a vainilla, pero empiezo a acostumbrarme al de estas velas, las mismas que enciendo cuando la noche ya es oscura y no queda nada más que hacer que esperar en silencio el momento en que mis párpados caigan. En esos momentos los segundos, pausados, me permiten recuperar mis hábitos de lectura, casi como un ritual. Cojo un libro, después de acariciar su portada con suavidad, y lo huelo, intentando respirar la esencia que esconde antes de dejarme embriagar por sus palabras. Después lo saboreo durante horas, a veces hasta que la noche ya ha pasado y la vela se ha consumido. Hoy me he despertado y el sol brillaba como hacía semanas que no ocurría. Y nevaba. Unos copos pálidos y etéreos, tan volátiles como yo. Y he llorado, al sacar las manos por la ventana y dejar que me rozasen, una lágrima resbalaba por mi mejilla. La luz ha vuelto a entrar, desbordando cada rincón con una energía desconocida para mí. Los árboles se tiñen del mismo color que estas calles de nombres extraños y, de pronto, veo lo que llevo tiempo buscando, lo que vine a buscar y estaba justo enfrente de mí. Afuera el silencio de la nieve, dentro el de mi respiración. En este lado del mundo el frío es de otro color. Visto ropas oscuras y mi pelo está mal cortado, pero la nieve cae y trae consigo la vida. Puede ser que el peso sea como un copo de nieve, que provoca los escalofríos que me estremecen, que baila en mis entrañas, que un día, sin previo aviso, se derretirá ante un sol que hace semanas que no siento en la piel.