Ese maldito libro que reposaba sobre sus rodillas y que había empezado hacía mucho.
Lo odiaba.
Y eso que en el fondo le gustaba la historia, pero era culpa de la protagonista:
Era feliz.
Y no soportaba su horrible optimismo, ni que todo le saliera bien en la historia o que le cayera bien al resto de personajes. Odiaba cada vez que sonreía, que hablaba, cada vez que sencillamente se mencionaba su nombre. Por eso no acababa nunca el libro, le producía odio.
Porque sabía que eso sólo pasa en los libros y que la realidad no es tan bonita.