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(Unknown) |
Oscuridad, aquí dentro siempre está
a oscuras.
Huele a humedad y a madera.
El silencio de un mundo ensombrecido
se echa sobre mí, me aplasta y me cuesta respirar.
Mis manos tiemblan, congeladas.
Y entonces, un retumbar:
Un trueno.
La tormenta ya está aquí, ya ha
llegado.
Ha vuelto.
Me estremezco por completo a pesar
de que lo estaba esperando, de que sabía que pasaría, otra vez. Pero eso no
hace que sea menos doloroso.
Y, después del trueno, el relámpago.
Una grieta atraviesa la oscuridad y
mi pecho con ella. Se abre en mí un abismo y el dolor se expande por él.
El abismo crece, más y más y acaba
arrastrándome a su interior, me caigo dentro de mi propio lamento justo en el
momento en que empieza la tormenta.
La lluvia cae de golpe, llueve como
nunca y cala hasta el interior, filtrándose por esta herida abierta hasta
encharcar todos mis miedos. Veo cómo las ilusiones se ahogan y se hunden en
este mar que se forma poco a poco.
Una vez más, un estruendo que hace
que me estremezca, que recuerde, que quiera olvidar.
Y el rayo que le sigue abre otro
canal en mi piel, como un látigo, veloz, implacable.
El caos me desorienta, me rodea la
confusión y empiezo a sentir que el mundo entero da vueltas, que el mundo
entero se ha transformado en una extraña composición de sombras empapadas por
la lluvia.
El siguiente trueno llega furioso y
arremete en mi contra, la ira del relámpago se convierte en un golpe certero
que soy incapaz de esquivar y, mientras, sigo mojándome, sin saber si quiera
cómo defenderme, cómo ocultarme de la tormenta que se cierne sobre mí.
Cada vez se intensifica más el
dolor, me encojo intentando empequeñecer, deseando desaparecer sin dejar
rastro, mi mente sólo pide silencio de nuevo, quiere tener un descanso, mi
cuerpo sólo tiembla y trata de resistir la fuerza de los impactos.
Todo se vuelve difuso, el mundo se
ha vuelto loco por completo en esta maldita espiral huracanada.
O, quizá, sólo
quizá, no ha sido el mundo.
El sonido de una puerta, una voz y
entonces, se enciende la luz.
La tormenta ha quedado muy lejana,
aunque aún se escucha en mis oídos.
Y un abrazo, un abrazo que me
devuelve a la realidad, a la habitación en la que estoy, a las lágrimas
recorriendo mi rostro, a la sangre deslizándose por mi pecho. Ya no hay
truenos, ni lluvia ni rayos que me amenacen, sólo he quedado yo.
Y la calma regresa,
aunque volverá
la tormenta.