Las olas llegan, oníricas, hasta el borde de mi cama
y la espuma, en remolinos, bajo la almohada.
Los restos de un naufragio
atrapados
por sus propias redes,
se convierten en refugio
de sueños pasados
y recuerdos presentes.
Y las velas que ondearon
en un viento tan frío como rudo,
se han convertido en sábanas,
en un blanco escudo
para una tormenta que nunca llega
y nunca acaba.
En un mar donde nada queda.
En el océano de una mirada.
En este vaivén de telas suaves,
de pieles desnudas
y visitas breves,
naufragian tus naves
en el triángulo de mis dudas,
en las que siempre te pierdes.
Y fuiste tú
quien desató el huracán ciego
que ahora devasta
mi calma, mi paz, mi quietud,
con tus vientos o tu ego.
Pero a mí me basta
con mi isla
entre tanto azul.
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