23 de febrero de 2016

Carrusel






Aun ahora soy capaz de recordar con asombrosa precisión cada detalle, cada luz, cada color, cada sonido. La música sonaba cuando el carrusel estaba en marcha, acompañaba ese movimiento constante, circular, en el que me veía absorto cada vez que subía. El mundo se transformaba, adquiriendo una extraña e inexplicable cualidad propia de los sueños más lejanos de la infancia. 
Era un frenesí pausado, una espiral que lentamente abría un portal a un recóndito lugar de mi imaginación, donde la vida no conocía de preocupaciones. La mejor forma que he conocido nunca de huir del mundo.
Y un día había desaparecido, no quedaba nada donde siempre había estado y no llegó a ser sustituido. Al principio me costó aceptar que me habían arrebatado mi lugar favorito, el mismo que había transformado en mi propiedad derramando miedos y alegrías. Pero aprendí a buscar dentro.
Han pasado muchos años, y aún sigo acudiendo a un rincón inhóspito de mi mente donde ha quedado grabado ese carrusel, que ahora se ilumina convertido en un refugio para los días grises, donde habrán de habitar el niño que no murió y la inocencia que perdí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario