29 de agosto de 2016

Azul







El calor se pegaba a la piel, mezclado con sal y recuerdos. Miedos humedecidos, ganas maceradas, piel reseca.
-¿Habías visto alguna vez un azul igual?
El sonido del oleaje parecía remitir a lo lejos, de manera que un falso silencio se acomodó junto a la costa. 
El agua hecha seda revelaba un fondo arenoso lleno de conchas rotas. Las gaviotas volaban, alejándose. Las últimas huellas sobre la arena mojada desaparecían.
Las ondulaciones aterciopeladas se asemejaban a las arrugas en una vieja y cálida manta, de las de invierno en la casa del pueblo, cuando ha caído la noche y todas las estrellas, son de hielo.
Piel de gallina, labios secos y cortados, mirada perdida.
El azul era inabarcable. Una infinita pena, tan viva y lejana como devastadora.
Rastros de espuma quedaban atrapados entre las rocas, donde las olas, suicidas, se precipitaban en un arrebato de, quién sabe furia, quién sabe desesperación. 
Tal vez valentía.
Nada. Una ola. Nadie. Otra ola. Silencio. Aquella rompe tarde. Esta, demasiado pronto.
Sube la marea.
-Sólo una vez, hace mucho.
La voz se deshace en el viento, nunca ha sonado.
Ya no queda playa, todo es azul y, las rocas afiladas, se esconden en el agua. No rompen más olas.
Salvo una.






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