14 de agosto de 2013

La bailarina.





   La falda de su vestido giraba y se hinchaba cuando ella bailaba, pero giraba de forma elegante, sus pies descalzos se sincronizaban a la perfección. Su traje era extraño, no se parecía en nada a los trajes que llevaban las otras mujeres porque tenía una especie de cintas negras que lo volvían más hipnotizante aún y que parecían desaparecer cuando ella giraba.
Bailaba en el centro de la plaza atrayendo a la gente, una gran multitud se había formado en torno a ella, observaban atentos su espectáculo. Dejó de girar durante un instante y pude observar su rostro, era un rostro duro, para nada dulce o romántico, tenía la barbilla muy marcada y algo voluminosa, al igual que sus labios, sin embargo aunque su rostro no fuese demasiado bello, sí lo era su figura cuando bailaba, parecía llevarlo en la sangre, danzaba haciendo piruetas que nunca antes había visto y entonces justo cuando el baile se había vuelto más interesante para mí, acabó y ella hizo una pequeña reverencia a su público y se marchó sin siquiera pedir limosna por su actuación, simplemente desapareció entre la multitud. 
Intenté seguirla, pero la gente me lo impedía, avanzaban en dirección contraria y me empujaban, logré escaparme de la muchedumbre, pero ella ya no estaba, la calle que se abría enfrente de mí estaba vacía.
  
  Durante los días siguientes cada vez que cerraba los ojos la veía bailando de nuevo, no había olvidado su rostro o sus piruetas; en mi imaginación también estaba descalza, pero no importaba y sus cabellos nunca la cubrían el rostro, porque en mi imaginación siempre podía observarla como quisiera. Pronto empecé a buscar por todas las calles del pueblo por si la encontraba, pregunté a todos mis conocidos si sabían si ella estaba en la aldea, pero nadie la conocía, todos decían que la feria se había marchado hacía un mes, pero yo la había visto a ella una semana antes y tampoco creía que ella trabajara con los feriantes, sus bailarinas eran distintas, más tradicionales, menos absorbentes; pero nadie sabía nada de ninguna bailarina nueva en la ciudad. Así que empecé a creer que estaba loco y que en verdad nunca la había visto, que la había soñado en un momento de desesperada fantasía, hasta que un día caminando por una calle pequeña encontré algo que me llamó la atención y que me hizo cambiar de parecer, me acerqué sin muchas esperanzas, pensando que no era más que otra ilusión, después lo vi de cerca y supe que no me equivocaba, me agaché y lo cogí con delicadeza, como temiendo que desapareciera de un momento a otro; era suave, una sonrisa enigmática se dibujó en mi rostro, era una cinta negra.

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