29 de agosto de 2013

Un café y cien problemas.


Mira por la ventana con ojos tristes, sentada en la mesa de la cafetería, esperando a que el camarero traiga a su mesa el café que ha pedido hace ya bastante rato, pero no tiene prisa.
  Han pasado dos días y ha dormido apenas seis horas entre los dos, la noche se cierra sobre ella y no es capaz de ignorarlo todo; ésa es la razón de las ojeras que marcan su rostro y que ni siquiera se ha molestado en tapar con un poco de maquillaje, ¿para qué aparentar?

Cuando por fin le traen el café se da cuenta de que ni siquiera tiene apetito para tomárselo, así que lo deja delante de ella y observa el humo que asciende y hace volutas en el aire antes de desaparecer. Y se imagina que su vida es un poco como ese humo: voluble.
Pero eso es algo de lo que no somos conscientes, ¿no? Siempre pensando que lo malo le pasa a los demás hasta que entiendes que tú sólo eres uno más en una multitud.
Ella ahora lo entiende, así que da un sorbo lento al café que ya ha dejado de quemar.
Sigue sin apetito, pero hace un esfuerzo y lo acaba, deja el dinero en la mesa y se levanta.

Un café caliente siempre le soluciona los problemas, incluso si su propia vida es el problema.

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